El danzón, patrimonio inmaterial de la CDMX

Los cimientos del Zócalo capitalino vibraron ayer con el gran baile de danzón, realizado para celebrar la inclusión de este género como Patrimonio Inmaterial de la Ciudad de México.

Sus movimientos y musicalidad dejaron marca en la historia de la cultura mexicana, convirtiéndose en una de las más populares del siglo XX, con ritmos que dieron fama a los salones Los Ángeles, el México y Colonia.

Ahora, la orquesta cubana Failde y los grupos Acerina y su Danzonera, así como la Danzonera La Playa de Gonzalo Varela, musicalizaron el bailongo que reunió a miles en este ritual de sensualidad en la Plaza de la Constitución.

No faltaron los pachucos con sus coloridos trajes y sombreros emplumados, los Robin Hood del danzón, melodía que se resiste a caer en el olvido y que toma por asalto, a pasos y pasitos, las plazas, centros de baile y parques de esta capital.

A las 15 horas la jefa de Gobierno capitalino, Clara Brugada Molina, otorgó el ansiado nombramiento y sobre el templete aparecieron dos figuras icónicas: María Rojo, actriz que en el cine mostró las formas y fondos del danzón, y la cantante cubana Omara Portuondo, ambas muy aplaudidas por el público.

Enseguida, bailarines de varias escuelas, la mayoría adultos mayores, colorearon con sus vestimentas el Zócalo. Y la oscuridad que ayer llenó de violencia la plaza se disolvió para tornarse un manto de paz, amor, calor, ritmo y luz.

Ni el sol abrasador ni el calor inclemente detuvieron la fiesta. Los floreos, laterales y columpios llenaron cada cuadro de la plancha para volverse universos llenos de sensualidad.

La orquesta Failde musicalizó el inicio del vuelo de miles de vestidos largos, giraban los sombreros y las suelas de zapatos se desgastaron bajo los ritmos cubanos.

Con las manos en las caderas y las miradas fijas en los ojos, las parejas volvieron a enamorarse con gozo.

El danzón fue muy popular en el siglo XX. Nació en Matanzas, Cuba, en 1879, cuando Miguel Failde creó la primera pieza de ese estilo: Las Alturas de Simpson, basada en música francesa que llegó a Cuba.

Sus ritmos arribaron después a Veracruz y de allí a la Ciudad de México, donde se volvieron símbolo y testigo de una sociedad.

La tarde de ayer se inundó de alegría. Desde el inicio niños, jóvenes y adultos de la tercera edad –los que lo gozan con más pasión–, se dejaron llevar por la música. Los gestos de violencia, odio y furia de otros días fueron sustituidos por besos, caricias, sensualidad y amor.

La ciudad y sus habitantes regresaron por un momento a 1940: hombres trajeados, mujeres con vestidos extravagantes, lentejuelas, sombreros, plumas, zapatillas de tacón, calzados bien boleados. La temperatura asemejó al calor del Caribe, de Cuba y Veracruz.

“Omara, México te ama”

La orquesta Failde tomó el escenario y dedicó la célebre Lágrimas Negras a la maestra Omara Portuondo, quien a sus 95 años regresó el cariño de la gente con gestos que hizo con sus brazos: “Omara, Omara, México te ama”, cantaron y le echaron porras a la reina del bolero y del son.

Y ella, con su cariño inconmensurable, respondió cantando brevemente, y al escuchar su potente voz, que mantiene a pesar de su edad, la audiencia se emocionó.

Siguió Mambo, de Dámaso Pérez Prado, con el que piernas y faldas se movieron sin cesar y el conteo de la letra de la canción llevó a los danzantes al goce absoluto.

El escenario fue testigo de la gracia de Ethiel Failde, líder de la orquesta que lleva el nombre de su tatarabuelo. El músico comentó a La Jornada su cariño hacia México:

“Agradezco a esta ciudad por haber hecho suyo al danzón cubano. Las personas que no lo conocen empiezan a amarlo y bailarlo, no hay mejor forma de mantenerlo vivo. Me río cuando dicen que la juventud está perdida. Hoy en día ellos están más interesados en cómo fuimos para construir hacia futuro. El próximo año lo inscribiremos para ser Patrimonio Cultural de la Humanidad”.

Juan González, de 86 años, e Inés Buendía, de 76, son una pareja que lleva 35 años bailando el danzón. Se conocieron en una pista de baile y acudieron para esta celebración:

“Para nosotros es una alegría, una forma de vida y lo seguiremos haciendo hasta que Dios nos lleve. Así nos conocimos. Es una tradición y un gusto. Empezamos en las barriadas de Iztapalapa y aunque han cerrado varios salones de baile hemos visitado casi todos.”

María y Carlos Cobos son otra pareja que visitó la fiesta del danzón. Para ellos, este género “es un baile que requiere mucha técnica, bailar puede cualquiera, pero estos pasos son muy complicados, hay que ser pacientes, pero se le toma mucho cariño. Es una tradición que no queremos perder, por eso hay que enseñar su belleza”.

Cayó la tarde y el frío, pero el bailongo siguió. El danzón ya corre oficialmente por las venas de la capital, tan hermana de esa isla del pacifico, en la que hace unos siglos dio sus primeros pasos. (La Jornada)