En la región este de Pipli Pahar, el ruido de utensilios metálicos rompe el silencio en los campos de trigo. Un estrépito provocado por los campesinos que tratan de asustar a las langostas.
Cada día, al amanecer, los pesticidas oscurecen el aire. Después los lugareños recogen palas de insectos muertos, que entregan a los funcionarios a cambio de una recompensa de 20 rupias paquistaníes por kilo.
"No había visto una invasión como esta en toda mi carrera", afirma asustado Shehbaz Akhtar, un funcionario encargado de erradicar la langosta en la provincia de Punyab, una región conocida como el granero de Pakistán.
Los enjambres salieron al suroeste del desierto de Baluchistán, cerca de la frontera iraní, donde generalmente se reproducen, para abatirse sobre el sur de Punyab y Sind.